Había una vez un planeta lleno de luz, tanta luz tenía que no sabía ni que era tener luz. Un día vio una estrella a su lado, la observó. Le gustaba su brillo, esa gran diferencia entre el oscuro cielo y el brillo de la estrella, y se preguntaba porque en su planeta todo era igual, nada brillaba ni menos, todo tenía los mismos colores.
Pronto, su corazón empezó a sentir envidia de esa estrella que tanto destacaba en ese espacio con el cielo, y así partes del planeta se oscurecieron. Su alma ya no solo albergaba amor, sino también envidia proveniente del ego.
De esta forma se produjo una lucha entre la envidia, que tan solo quería ser estrella y el amor, la esencia verdadera del planeta. Y así oscuridad y luz se separaron.
Y así en el planeta creció la oscuridad por querer ser La Luz de la estrella, sin saber que él mismo ya era luz, una luz única y pura. Pero su luz sigue en su interior, los años pasan y el planeta fue inundado en la oscuridad. Pero fue en la oscuridad más absoluta donde el planeta se dio cuenta de cuanto brillaba su interior y entonces luz volvió a expandirse.
Ya no tenía envidia porque tomó consciencia de que su luz era igual de luminosa que la estrella, y su luz comenzó a crecer, y volvió a ser el planeta que era.